viernes, mayo 9, 2025
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“La paz esté con ustedes, Dios ama a todos”: el abrazo de León XIV al mundo

Desde la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro, la primera aparición de Robert Francis Prevost, hasta ahora prefecto del Dicasterio para los Obispos, elegido por los cardenales en el Cónclave como el 267.º Pontífice de la Iglesia universal. Himnos, cantos, oraciones, aplausos, vítores de “¡Viva el Papa!” y exclamaciones de júbilo acompañaron el anuncio del Habemus Papam por parte de las cien mil personas presentes.

Primero, el nombre: León XIV, en memoria de León XIII, el Papa de la primera encíclica social, Rerum Novarum. Luego, el rostro: la expresión de serenidad y asombro de quien, por primera vez, con vestiduras nuevas y una mirada renovada, experimenta en carne propia lo que sus predecesores vivieron en aquel primer saludo desde la Logia de las Bendiciones. Gritos, cantos, aplausos, vítores de «¡Viva el Papa!» y «¡León, León!», pancartas, banderas, luces de teléfonos que brillan bajo el cielo romano que lentamente entra en el crepúsculo. Y, por último, las palabras: las primeras palabras pronunciadas con voz firme y acento español:

Más de 100 mil personas en la plaza

«¡Es blanca! ¡Es blanca!». El primer Habemus Papam lo proclamó la multitud, desbordante —unas 100 mil personas— reunida en el hemiciclo berniniano, que se volcó al lugar tras la primera aparición del humo en la chimenea del techo de la Capilla Sixtina. Eran las 18:07. Primero un pequeño hilo, luego una larga estela que se dispersó en el cielo despejado de esta primavera romana. Un rugido se elevó desde la multitud, que ya poco antes había aclamado y aplaudido al ver a una cría de gaviota posarse junto a la chimenea. Luego, una exclamación de asombro, una liberación de la tensión acumulada por la espera.

Es un momento que se ha vivido cientos de veces en la historia, pero que siempre se siente como la primera. Es el encanto del misterio, del secreto absoluto, que cautiva y conmueve incluso en esta época en la que todo es visible, todo se expone y se relata. Nadie conoce el nombre durante más de una hora, lo custodian solo los cardenales dentro de la Sixtina.

“¡La paz esté con todos ustedes! Queridísimos hermanos y hermanas, este es el primer saludo de Cristo Resucitado, el Buen Pastor que dio la vida por el rebaño de Dios. También yo quisiera que este saludo de paz entrara en sus corazones, llegara a sus familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!”

“Hijo de San Agustín”
La historia bimilenaria de la Iglesia abre un nuevo capítulo. Hay Papa, un nuevo Papa: el 267.º Pontífice de la Iglesia universal. Un «hijo de San Agustín», un misionero de Chicago con raíces mixtas —francesas, italianas e ibéricas— que se presenta al mundo con las insignias papales y habla en italiano, español y latín. Ha sido elegido por 133 cardenales provenientes de todas partes del mundo, en un Cónclave de ritmo ágil.

Más de 100 mil personas en la plaza

«¡Es blanca! ¡Es blanca!». El primer Habemus Papam lo proclamó la multitud, desbordante —unas 100 mil personas— reunida en el hemiciclo berniniano, que se volcó al lugar tras la primera aparición del humo en la chimenea del techo de la Capilla Sixtina. Eran las 18:07. Primero un pequeño hilo, luego una larga estela que se dispersó en el cielo despejado de esta primavera romana. Un rugido se elevó desde la multitud, que ya poco antes había aclamado y aplaudido al ver a una cría de gaviota posarse junto a la chimenea. Luego, una exclamación de asombro, una liberación de la tensión acumulada por la espera.

Es un momento que se ha vivido cientos de veces en la historia, pero que siempre se siente como la primera. Es el encanto del misterio, del secreto absoluto, que cautiva y conmueve incluso en esta época en la que todo es visible, todo se expone y se relata. Nadie conoce el nombre durante más de una hora, lo custodian solo los cardenales dentro de la Sixtina.

Los repiques festivos de las campanas de la Basílica sirven de telón de fondo a los gritos de júbilo de la multitud, que estalló en aplausos al salir el cardenal protodiácono, Dominique Mamberti, encargado de proclamar la fórmula latina del anuncio:

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